jueves, 5 de enero de 2017

La Isla de Castro II va sin rumbo

Quien espere un capitán al mando del bajel en medio de la tormenta, solo encontrará un timonel vacilante e inexperto
Jueves, enero 5, 2017 |  Miriam Celaya


LA HABANA, Cuba.- Es sabido que por casi seis décadas los cubanos no hemos tenido un verdadero programa de gobierno, salvo que alguien pretenda definir así a los antiguos “planes quinquenales”, copiados de la URSS por Castro I con el fin de planificar y controlar el desarrollo económico socialista de la Isla, y aplicados sin el menor éxito en Cuba. Vale recordar que en la propia URSS tampoco estos planes tuvieron éxito. De hecho, a casi cien años del primer experimento social marxista, ha quedado suficientemente establecido que comunismo y éxito son categorías antagónicas irreconciliables.

Al final, Castro I salió de este mundo dejando tras de sí un atestado inventario de discursos inútiles y todo un historial de fracasos como gobernante. En sus décadas al frente de un país que asumió como su heredad personal y que, como tal, arruinó impunemente, el pretendido demiurgo solo logró jugar victoriosamente una carta intangible: su personal carga simbólica como “líder revolucionario de talla mundial”, con la cual concitó solidaridades y subsidios que ayudaron a enmascarar el desastre económico nacional provocado por su régimen, y contribuyeron definitivamente al sostén de su larga dictadura.

El año 2016 cerró con dos hechos relevantes para los cubanos: la muerte definitiva del patriarca fundador de todo este malogrado circo, y el ya esperado anuncio desde la Asamblea Nacional, en diciembre último, de que se avecinan tiempos peores, como consecuencia, no del fracaso e inviabilidad del “modelo” socioeconómico cubano sumado a la largamente demostrada incapacidad de la guía política del país, sino –para decirlo con las palabras del jefe de pista sustituto, Castro II– debido al “desfavorable escenario” internacional derivado de la crisis del capitalismo y muy especialmente a los “efectos negativos que nos genera el bloqueo económico, comercial y financiero (…) que se mantiene en vigor”, lo que significa que “Cuba sigue sin poder realizar transacciones internacionales en dólares estadounidenses” y esto “impide concretar importantes negocios”.

En justicia, hay que reconocer que el panorama resulta en verdad desfavorable para el castrismo. La izquierda regional ha caído en desgracia, han colapsado varios presidentes aliados cuyas corruptelas favorecieron por un tiempo la entrada de divisas al Palacio de la Revolución, y como colofón a la malaventura del poder verde olivo, Venezuela amenaza con convertirse en un caos que arrastrará en su caída a ese otro dictador segundón, Nicolás Maduro, lo que cerraría de golpe la última fuente de subsidios de la autocracia antillana.

Cincuenta y ocho años después, el descalabro resulta ya inocultable y la Isla parece haber entrado en fase de estampida. Y mientras la economía decrece y la recesión toca a las puertas, la única producción cubana que sigue creciendo indeteniblemente es la de migrantes, agravando con ello el panorama del futuro nacional.

Tan lóbrego escenario, sin embargo, no alcanza a mover al gobierno y a los decisores de las políticas económicas del país a la búsqueda de soluciones reales y efectivas, sino todo lo contrario. Lejos de proponer un programa viable basado en cuestiones tan elementales y posibles como liberar la economía, permitiendo una mayor participación del sector privado, eliminar las trabas que frenan las inversiones, reunificar la moneda, o estimular el desarrollo de las pymes (pequeñas y medianas empresas), Gobierno, ministros y Parlamento, reunidos en la primera Asamblea que sesionó tras la muerte del Autócrata en Jefe, se limitaron a repetir la eterna fórmula (también eternamente incumplida): más trabajo, más controles y más ahorro. Es decir, que se habló de mayores frenos cuando correspondía hablar de más libertades; de más contención cuando debía haber más prisa.

Si antes tuvimos un mal líder y malas estrategias económicas, ahora los cubanos no tenemos ni líder ni estrategias. Aunque esto no es necesariamente peor. Ante la falta de salidas, tarde o temprano al segundogénito heredero no le quedará otra opción que mover alguna ficha, mal que le pese. Y la historia ha demostrado que en un régimen cerrado e inmóvil toda movida provoca cambios.

Mientras, para los cubanos ha comenzado un 2017 donde el sentimiento general parece ser la desorientación, la marcha sin rumbo ni guía, el escepticismo. La misma desorientación parece embargar al General-Presidente, ahora huérfano del poderoso árbol que le dio sombra y protección durante toda su vida.

Al menos esa fue la imagen que proyectó durante su breve alocución, en la sesión inaugural de la Asamblea Nacional. Macilento y cansado, el anciano suplente lanzó un discurso cargado de frases crípticas, quejas, reprimendas y veladas amonestaciones para destinatarios no revelados. No hubo promesas, ni derroteros, ni los simbólicos toques a degüello. Si alguien esperaba escuchar un capitán al mando del bajel en medio de la tormenta, solo encontró un timonel vacilante e inexperto.

Pero en un país donde impera el secretismo, cada gesto o palabra puede ser una señal para interpretar lo oculto. Por eso resultó notable que en lugar del triunfal “Patria o Muerte” fidelista, o de la bravata guevariana “Hasta la victoria siempre”, el General-Presidente optó por un cierre mucho más realista y parco: “Eso es todo”, musitó casi en un sollozo. Y entonces descendió del podio entre los aplausos de sus dóciles amanuenses, no el guía político de la revolución rampante del que cabría esperar la salvación en los momentos de crisis, sino este anciano cansado y compungido, a quien obviamente  el gobierno de la hacienda en ruinas le queda demasiado grande.

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