miércoles, 28 de diciembre de 2016

Mi vida por esto: testimonio de un combatiente clandestino

FRANK CORREA | La Habana |
Teófilo Sánchez.

En 1968 Teófilo Sánchez recibió un disparo en la espalda que le destrozó la médula. El plomo quedó alojado a unos centímetros del hígado y fue imposible su extracción. Hasta el día de hoy aún lo lleva en su cuerpo.
Su historia es poco conocida en Jaimanitas. Teófilo la cuenta con una mezcla de orgullo y desilusión, porque aunque se considera un revolucionario a tarea completa, su vida está llena de dificultades.
"En diciembre de 1958 yo estaba preso en la cárcel de Pilón, en Manzanillo, por mis actividades en la lucha clandestina contra Batista. Me habían torturado salvajemente y tirado en una celda  inmunda, donde perdí  la noción de los días. Todas las mañanas un doctor me inyectaba, nunca supe con qué. Un oficial que llamaban 'Ojos Bellos' me interrogaba sin poder sacarme una palabra y me dijo que las inyecciones eran de vitaminas, pero cada vez me sentía peor. Un día no vino el doctor con la inyección, ni tampoco 'Ojos Bellos', alguien abrió las celdas y nos dejaron en libertad. Habían triunfado los rebeldes".
Cuenta Teófilo que producto de la golpiza le quedó una artritis que tuvo que tratarse en La Habana, donde se quedó a vivir.  Su hermano Ciro, que había combatido en la Columna Uno bajo el mando de Fidel, lo llevó con su prima Celia Sánchez, que le consiguió unas inyecciones americanas para su enfermedad y pidió que Teófilo se quedara con ella, pues necesitaba "gente de confianza". Lo situaron en el grupo encargado de la atención a familiares de los mártires del Ejército Rebelde. 
"Yo era quien llevaba los suministros y los efectos electrodomésticos que necesitaban. Recogía los pedidos en el almacén de Recuperación de Valores, confiscados a quienes abandonaban el país, y los trasladaba hasta las viviendas de los familiares de los mártires. Mucha gente que no había lanzado ni una escupida en la guerra, se encaramó en el tren de la revolución y  aprovechándose del momento ascendieron en buenos cargos públicos. Yo preferí estudiar Electrónica. Me hice técnico. Gozaba del  privilegio de arreglar los aires acondicionados y los refrigeradores de los comandantes y los ministros".
"También estuve un tiempo en el grupo que preparaba  las distintas residencias de descanso del Comandante en Jefe", rememora. "Aunque mi hermano Ciro Sánchez ascendió como oficial del ejército, yo continúe arreglando refrigeradores. En 1968 se inauguró la tienda para diplomáticos 'El Náutico' y me asignaron allí instalando el equipamiento. Una tarde, mientras atendía una llamada telefónica, entró al establecimiento un exsargento del ejército de Batista que conocía, al que acaban de intervenirle su negocio. Dicen que se había vuelto loco, se me acercó por la espalda y me disparó con una pistola".
Aunque lo enviaron a Hungría para su restablecimiento, Teófilo nunca volvió a caminar y desde entonces anda en una silla de ruedas. Hizo mil intentos por reincorporarse al trabajo, pero tres comisiones médicas dictaminaron su incapacidad laboral.
"Aun así, soñaba con ayudar a  construir el socialismo y persistí. Uno de los médicos dijo: 'Todos los días llegan a esta comisión decenas de hombres buscando la baja médica, por simples dolorcitos, y este lisiado de verdad da batalla por trabajar'. Gracias a él me dieron el alta. Fui de profesor para la Escuela de Electricidad, donde me jubilé en 1987".  
En su silla de ruedas Teófilo Sánchez desanda Jaimanitas. Reconoce que su retiro no le alcanza para vivir. Hace poco recibió la orden por los 60 años de la lucha clandestina, que guardó en una caja junto a una decenas de  medallas y distinciones. "Pero no me las puedo comer, tengo que dar mucha rueda por el pueblo buscando el sustento diario. Inventar todos los días como un mago, para comer. A veces me cae un ventilador, que enrollo y me busco unos pesitos, que tampoco me sirve de mucho. Todo está muy caro. Mi mujer tiene 80 años y está enferma. Es una carga adicional para mi situación".
Le pregunto si está feliz con su historia y se encoge de hombros. No sabe si alegrarse o llorar. "Yo di mi vida por esto", dice, "y estoy dispuesto a darla de nuevo si el momento lo exige. Pero es cierto que es una agonía sobrevivir así, en silla de ruedas,  con esta edad y una mujer enferma que no puede levantarse de la cama. La Asociación de Combatientes de vez en cuando me visita, me traen algo, pero nada alcanza en este país. Ahora mismo no tengo un peso en el bolsillo. Ni para las medicinas. Solo mis medallas, el plomo alojado en el hígado y la médula espinal rota. Esas son mis únicas pertenencias reales. Soy un lisiado más, insolvente, de los tantos que andan por ahí".

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